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miércoles, 24 de febrero de 2016

Vincent van Gogh. Vida y obra.

(Groot-Zundert, Países Bajos, 1853 - Auvers-sur-Oise, Francia, 1890) Pintor holandés. En las décadas finales del siglo XIX, el impresionismo marcó el inicio de una profunda renovación de las artes plásticas que tendría continuidad en la sucesión de ismos o corrientes del arte contemporáneo. Algunos de los mejores maestros de este periodo, sin embargo, no pueden encasillarse en ninguna escuela, y abrieron por sí solos nuevos caminos; entre ellos, el holandés Van Gogh ocupa una posición señera.

Detalle de un Autorretrato de 1890

Encarnación del artista torturado e incomprendido, Van Gogh no llegó a vender más que uno de aquellos centenares de cuadros suyos que actualmente alcanzan desorbitadas cotizaciones en las subastas. El reconocimiento de su obra no empezó hasta un año después de su muerte, a raíz de una exposición retrospectiva organizada por el Salón de los Independientes; en nuestros días, Van Gogh es considerado unánimemente uno de los grandes genios de la pintura moderna. Su producción ejerció una influencia decisiva en todo el arte del siglo XX, especialmente en el fauvismo y el expresionismo; y tras más de un siglo de experimentos artísticos, la pincelada tosca y atormentada del artista holandés, alimentada por el vigor de su pasión interior, conserva toda su fascinante fuerza expresiva.

Biografía

Vincent van Gogh era el mayor de los seis hijos de un pastor protestante, y mantuvo con su hermano Theo, cuatro años menor que él, una relación que sería determinante en su existencia y en su trayectoria artística. La correspondencia que ambos intercambiaron a lo largo de sus vidas testimonia la intimidad de esta relación y las pasiones y angustias humanas y creativas que atormentaron a Van Gogh en sus últimos años. Tras recibir una esmerada educación en un internado privado, a los dieciséis años entró como aprendiz en la filial de La Haya de la galería de arte parisina Goupil, una sociedad de comerciantes de arte fundada por su tío Vincent.

En 1873 pasó a la sucursal de la galería Goupil en Londres, donde hubo de padecer el primero de sus fracasos sentimentales; en 1875 fue trasladado a la filial parisina; en 1876 se despidió y regresó a Holanda. Trabajó después como profesor, ayudante de un pastor metodista y empleado de una librería; ninguno de estos empleos le duró mucho tiempo. Por aquel entonces sentía sobre todo la necesidad espiritual de entregarse a sus semejantes; de hecho, siempre había querido ser pastor, como su padre, y tal vocación lo llevó a Ámsterdam para seguir los estudios de teología, que suspendió.

Pasó entonces a la Escuela de Evangelización Práctica de Bruselas, y en 1878 fue enviado por sus superiores a la zona minera del Borinage. Establecido en el pueblo de Pâturages, próximo a Mons, realizó una serie de dibujos de los mineros. La Escuela de Evangelización lo expulsó por su excesiva implicación: impresionado por sus infrahumanas penurias, Van Gogh llegó a dar a los mineros lo poco que tenía y a vivir más pobremente que ellos.

El contacto con tal miseria y desolación socavó su fe, y Van Gogh pasó esta crisis espiritual vagando por Francia y Bélgica y escribiendo a su hermano Theo, que ocupaba ahora su antiguo empleo en la galería Goupil de París. Animado por Theo, en 1880 decidió dedicarse a la pintura y fue a Bruselas, donde conoció al pintor Anthon Van Rappard (con quien mantendría una larga relación) y llevó a cabo las primeras copias de Millet.

Tras otro fracaso sentimental con su prima Kate, conoció a una prostituta llamada Sien, cuyos infortunios despertaron su siempre infinita compasión. En 1882 vivió en Schenkweg con Sien y con sus hijos, que tomó a su cargo; seguía dibujando, y realizó sus primeros cuadros. Tras descubrir Theo su relación con Sien, rompió con ella a instancias de su hermano y marchó al norte, donde permaneció hasta finales de 1883. Fue luego a Nuenen, donde se aproximó de nuevo a su familia y pintó febrilmente; de esos dos años (1884-1885) son sus primeras telas de importancia. Cuadros como Los comedores de patatas (1885), diversas representaciones de tejedores y cabezas y figuras de campesinos forman, junto con innumerables dibujos, el conjunto de obras de esta etapa de formación.

En 1886 se reunió con su hermano en París; allí, en la capital artística de Europa, el contacto con el impresionismo reorientó visiblemente su estilo. Se relacionó con los impresionistas y postimpresionistas en la tienda de colores del "père Tanguy" (de quien pintó el conocido retrato) y descubrió el arte japonés. Su hermano le presentó a Camille Pissarro, Georges Seurat y Paul Gauguin; conoció asimismo a Toulouse-Lautrec y Émile Bernard, y bajo ese nuevo ambiente llegaría a la definición de su pintura. Su paleta se tornó definitivamente clara y colorista y sus composiciones menos tradicionales, dando forma a su personal visión del postimpresionismo.

Van Gogh pintando girasoles (1888), de Paul Gauguin

Los consejos de su hermano y su interés por el color y por la captación de la naturaleza lo indujeron a trasladarse en febrero de 1888 a Arlés, en la soleada Provenza, donde su obra fue progresivamente expresando con mayor claridad sus sentimientos sobre lo representado y sus propios estados de ánimo. Trabajó intensamente, pintó la mayoría de sus telas más célebres y puras y escribió sus páginas más claras y profundas. Pero la soledad se le hacía insoportable, y con el propósito de formar un taller colectivo, Van Gogh alquiló una casa donde invitó a los artistas con quienes compartía intereses.

A instancias suyas, Paul Gauguin se instaló en la "casa amarilla" (así llamada por el color de sus paredes) en octubre de 1888, pero la relación fue haciéndose más y más difícil por el fuerte temperamento de ambos. En el transcurso de una discusión, Van Gogh llegó a atacar a Gauguin con una navaja de afeitar; luego, arrepentido de aquel arranque, se cortó el lóbulo de la oreja para expiar su culpa y lo hizo llegar a Gauguin, quien, lejos de conmoverse ante aquella muestra de contrición, lo juzgaba ya como un loco peligroso con el que no tenía ninguna intención de convivir. De este confuso lance (pues existen otras versiones del mismo) dan fe dos célebres autorretratos del pintor con una oreja vendada; en el segundo de ellos aparece fumando melancólicamente su pipa, ensimismado y sombrío.



Autorretrato con la oreja cortada y pipa (1889)

Tras la marcha de Gauguin, Theo le visitó e hizo que ingresara en el hospital de Arlés. En mayo de 1889, ante el temor a perder su capacidad para trabajar, pidió ser ingresado en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence, donde permaneció doce meses. También en este período Van Gogh pintó intensamente; tras sufrir diversos ataques y ante la imposibilidad de salir al exterior, realizó obras relacionadas con el hospital, retratos de médicos y reinterpretaciones de obras de Rembrandt, Delacroix y Millet. La pérdida de contacto con la realidad y una progresiva sensación de tristeza son las claves de este período, durante el cual desarrolló un estilo basado en formas dinámicas y en el uso vigoroso de la línea, de lo cual resultó una pintura más intrépida y visionaria que la de Arlés.

Sin conseguir superar el estado de melancolía y soledad en que se encontraba, en mayo de 1890 se trasladó a París para visitar a su hermano Theo. Por consejo de éste viajó a Auvers-sur-Oise, donde fue sometido a un tratamiento homeopático por el doctor y pintor aficionado Paul-Ferdinand Gachet. En este pequeño pueblo retrató el paisaje y sus habitantes, intentando captar su espíritu. Su estilo evolucionó formalmente hacia una pintura más expresiva y lírica, de formas imprecisas y colores más brillantes.


La siesta (1890)

Pese a que unos meses más tarde el doctor Gachet consideró que se encontraba plenamente curado, su estado de ánimo no mejoró; asediado por sentimientos de culpa debidos a la dependencia de su hermano Theo y a su fracaso como artista, su espíritu se encontraba irremediablemente perturbado por una tristeza inconsolable. El 27 de julio de 1890, en el silencio de los campos bajo el sol, Van Gogh se descerrajó un disparo en el pecho; murió dos días más tarde, sin haber cumplido los treinta y siete años. Al cabo de seis meses, sumido en el dolor, le siguió su hermano Theo, enterrado a su lado en el pequeño cementerio de Auvers.

La obra de Van Gogh

Menos de diez años de dedicación a la pintura bastaron para otorgar a Van Gogh un lugar entre los genios de la historia del arte, y es difícil imaginar cuál hubiera sido su aportación de no haber truncado él mismo su trayectoria. Debe decirse, sin embargo, que su dedicación fue tan breve como ardiente: componen su legado más de ochocientos cuadros, además de numerosos dibujos y aguafuertes. Las obras realizadas antes de su estancia en París conforman lo que podría llamarse el periodo oscuro del pintor; de hecho, sus primeras telas importantes datan de los dos años inmediatamente anteriores a su llegada a la capital francesa (1884-1885). Admirador entusiasta de Millet, Van Gogh retrató con rudeza en estas primeras obras el sufrimiento de los trabajadores humildes sometidos a considerables esfuerzos físicos y sus miserables condiciones de vida.

Los comedores de patatas (1885)

La obra más ambiciosa y que mejor refleja esta etapa del pintor es Los comedores de patatas (1885, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam). Cinco personajes se reúnen a las siete de la tarde en un lúgubre comedor para tomar patatas y café. Con crudeza y dramatismo, Van Gogh transmite en los rostros deformados una miseria sin esperanza. Una tenue lámpara de gas ilumina levemente los alimentos, la mesa y los cuatro personajes del fondo. En primer plano, a contraluz, se halla una mujer en una escala exageradamente reducida.

Las facciones son caricaturescas, los cuerpos deformes y el ambiente claustrofóbico. Desde el punto de vista formal, la obra se caracteriza por pinceladas gruesas y agitadas en tonos muy oscuros. La identificación del artista con el sufrimiento de los pobres y marginados encuentra su vehículo en esta inmediatez de los medios pictóricos utilizados, totalmente ajenos a los convencionalismos academicistas.

En París

El mismo año que Georges Seurat presentó al público Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1886), Van Gogh llegó a París, donde permaneció hasta 1888. Durante esos dos años su estilo pictórico cambió de modo radical: se alejó de la tradición holandesa para inclinarse por las tonalidades claras, por los colores puros y por las pequeñas pinceladas divisionistas que le enseñaron Camille Pissarro y Paul Signac. A pesar de que sus inclinaciones por la disciplina divisionista fueron escasas, aprendió, sin embargo, la importancia de la pincelada y la yuxtaposición de colores, que utilizaría posteriormente para fines más subjetivos y personales.

Autorretrato con sombrero de paja (1887-88)

Uno de los cuadros representativos de la estancia en París es el Autorretrato con sombrero de paja (1887-88, Museo de Arte Metropolitano, Nueva York). La paleta y las pinceladas evidencian la influencia del divisionismo o puntillismo, especialmente el practicado en las obras de Seurat y Signac. Van Gogh consigue en esta obra una total asimilación de los principios neoimpresionistas, y el autorretrato refleja el fuerte temperamento de quien, en diciembre de 1885, había escrito a su hermano: "Prefiero pintar ojos de seres humanos en vez de catedrales, ya que hay algo en los ojos que no está en las catedrales, no importa lo solemne e imponentes que éstas puedan ser. El alma de un hombre, así sea la de un pobre vagabundo, es más interesante para mí".

Arlés

En febrero de 1888 Van Gogh se trasladó a la localidad de Arlés, en el sur de Francia. Pretendía encontrar allí la luminosidad que tanto había admirado en los grabados japoneses. Le fascinaron el sol deslumbrante, el cielo azul intenso y la viveza de los colores. Realidad y pintura parecían ponerse de acuerdo; atrás quedaban los cielos cubiertos de Holanda, Bélgica y París. En Sembrador con el sol poniente (1888, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam), el sol meridional irradia los campos con su energía, mientras un campesino -inspirado en Millet- siembra la tierra. La obra expresa la alegría del autor ante un lugar que estimuló su fuerza creativa y le permitió avanzar en su trabajo artístico.


Sembrador con el sol poniente (1888)

Van Gogh intentó convencer a Émile Bernard y Paul Gauguin para que se trasladaran a vivir a este paraíso meridional y crear, así, una pequeña comunidad de artistas. Vincent se dejó seducir por los contornos nítidos y los extensos planos de color puro que caracterizaba el estilo de sus compañeros, y se dejó influir por ellos en obras como El café de noche de Arlés (1888, Yale University Art Gallery, New Haven, Connecticut).

Pero Van Gogh, instalado en Arlés ocho meses antes de la llegada de Gauguin, había encontrado su propio estilo más allá del impresionismo y del divisionismo. Las divergencias y enfrentamientos entre ambos artistas fueron múltiples. Gauguin rechazaba los empastes que Van Gogh utilizaba porque le parecían desordenados; se veía a sí mismo como un primitivo refinado, mientras que consideraba a Vincent un artista impulsivo y romántico.

En una serie que tenía como tema Les Alyscamps, un parque de Arlés, Van Gogh siguió los consejos de Gauguin de hacer una pintura "de memoria", inspirada en el cuadro Mujeres en el jardín (1888, Art Institute, Chicago) pintado por su compañero. Es también el caso de Mujeres de Arlés (1888, Museo del Hermitage, San Petersburgo), uno de los escasos trabajos del artista no creados al natural. Gauguin le imponía con insistencia tal procedimiento, el cual terminaría siendo otro motivo de desavenencia artística entre ambos maestros, ya que Van Gogh consideraba que el trabajo al natural era el único medio a través del cual podía expresar sus ideas.


Mujeres de Arlés (1888)

Mujeres de Arlés también es conocido con el título Recuerdo del jardín de Etten (pequeña ciudad del norte de Holanda en la que trabajó el pintor algún tiempo). Probablemente fue este hecho, el del recuerdo, el que hizo innecesario el trabajo al natural. Las figuras y el paisaje se extienden sin profundidad, paralelamente a la superficie del lienzo, en zonas peculiares, de acuerdo a un método adquirido de los pintores japoneses. A primera vista parece que el cuadro está pintado en anchas extensiones de colores, pero una mirada atenta nos demuestra que estas extensiones están saturadas de pequeñas y precipitadas pinceladas, que crean el dinamismo interno de las formas y las hace sumamente expresivas. Los rostros de las mujeres, pensativos y tristes, transmiten al espectador un sentimiento de angustia.

En el plano artístico, su estancia de poco más de un año en Arlés se tradujo en unos doscientos lienzos. La habitación de Van Gogh en Arlés (1889, Museo de Orsay, París) es uno de los más célebres. Representa el dormitorio del pintor, tema que trató en varias ocasiones con el deseo de expresar la idea de un "completo descanso" a través únicamente del uso de colores claros y empastados. En él, con una extrema concisión, el pintor mostró el ambiente de la pieza, amueblada con suma sencillez con una cama, una mesa, dos sillas, un espejo, varios cuadros y dos dibujos. Una de las versiones de este lienzo fue acabada por Van Gogh en 1889, durante su estancia en el asilo de Saint-Rémy-de-Provence.

La habitación de Van Gogh en Arlés (1889)

Parece el mismo cuadro, pero es otro diferente. Vicent pintaba de forma impulsiva y repetía temas con el afán de mejorar.

De la estancia en Arlés hay que destacar también otras obras famosísimas: Los girasoles (1888, National Gallery, Londres) formaba parte de una serie destinada a decorar el estudio donde trabajaban juntos Van Gogh y Gauguin; en algunos de los lienzos las flores están colocadas sobre un fondo azul, pero en éste todo está pintado en distintas gamas de amarillo, color que en el artista se asocia a la luz del sol y a la felicidad. Pintó también paisajes, naturalezas muertas y retratos, así como sus conocidos lienzos de campos de trigo luminosos y resplandecientes bajo un cielo azul intenso.

Los últimos años

Cuando a principios de diciembre de 1888 Gauguin realizó un retrato de Vincent, Van Gogh pintando girasoles (1888, Museo Vincent van Gogh, Ámsterdam), Van Gogh creyó ver representada su propia locura. Después, con el lance turbulento de la mutilación de la oreja (nunca del todo esclarecido) terminó una tempestuosa convivencia de dos meses y, con ella, la utopía de crear una comunidad de artistas en el sur de Francia. Todo ello lo sumió en una gravísima crisis mental que acabaría con su internamiento en un hospital.

Van Gogh sufriría desde entonces varias crisis nerviosas, aunque sólo ocasionalmente afectaron a su acelerado ritmo de trabajo; estuvo internado, primero, en el sanatorio mental de Saint-Rémy, y luego, bajo la atención del doctor Gachet, en Auvers-sur-Oise. En los varios cuadros que dedicó a su médico (como el Retrato del doctor Gachet, 1890, Museo de Orsay, París) subraya su pasividad y melancolía en un gesto plenamente romántico. Las obras de este período final acusan un fuerte contraste y reflejan su íntima desdicha y los tormentos interiores que le afligían; el tratamiento formal, nervioso y desasosegado hasta el paroxismo, las pinceladas gruesas y ondulantes y los bruscos colores de su paleta expresan su zozobra.

Autorretrato (1890, Museo de Orsay, París)

También en esta última etapa abundan las obras maestras; a ella pertenecen sus mejores autorretratos, entre los que sobresale el Autorretrato de 1890 (Museo de Orsay, París), que regaló al doctor Gachet. El predominio de los tonos azules contrasta con los rojos y naranjas del pelo y el rostro; azules son también los ojos, cuya mirada fija y penetrante atrae inmediatamente la atención del espectador. En cierta ocasión escribió a su hermano Theo: "Se ha dicho -y estoy dispuesto a creerlo- que no es fácil conocerse uno mismo, ni tampoco pintarse uno mismo". El cuadro es uno de los resultados culminantes del laborioso ejercicio de introspección a que se sometió Van Gogh.

Aunque también puedan encontrarse lienzos de límpido esplendor, en sus últimos paisajes la belleza natural aparece a menudo turbada por una subterránea agitación, reflejo de la ansiedad del artista. Las barracas (1889, Museo del Hermitage, San Petersburgo) presenta en apariencia un sencillo paisaje, con un campo en primer plano, un grupo de barracas, unos cerros y el cielo como telón de fondo. Sin embargo, ni una sola parcela del lienzo se halla libre de inquietud: todo está en tensión y todo se encuentra en impetuoso movimiento. El cielo, pintado con grandes pinceladas, parece precipitarse sobre los cerros, los cuales a su vez se asemejan a fuertes oleadas de agua que se abalanzan sobre las construcciones. Las imágenes de las barracas tampoco irradian tranquilidad con sus quebradas siluetas. La misma tensón posee la gama cromática: predominan los tonos verdes variados, pero de golpe un tejado casi rojo rompe el equilibrio.

Cipreses (1889)

En Cipreses (1889, Metropolitan Museum, Nueva York), esos infamados árboles que simbolizaron siempre la hospitalidad se yerguen como dos llamaradas desde una espesura de matas bajas, diabólicamente inquietas contra un luminoso cielo azul arremolinado de nubes blancas. Las pinceladas son espesas, se arraciman y se superponen en torbellino, y el conjunto del paisaje queda traspasado por una turbadora ansiedad. Una proyección aún más intensa de su estado de ánimo en el paisaje se encuentra en Noche estrellada (1889, MOMA, Nueva York), donde las ondulaciones sacuden una visionaria representación del cielo, reflejo de una abrumadora angustia interior. La fuerza de tales obras ha valido al artista la consideración de genial precursor del expresionismo.

Noche estrellada (1889)

No siempre fue sombrío el ánimo de Van Gogh en esta fase final. De hecho, muchas de las cartas a Theo de los últimos meses están iluminadas por una alta y feliz embriaguez creadora, por el gozo de una liberación artística finalmente alcanzada en íntima comunión con la libre naturaleza. La desazón interior convivía con una pasión creativa inextinguible y con su exacerbada sensibilidad por la belleza, y tal tensión está en la base de muchas obras. Campo de trigo con cipreses (1889, National Gallery, Londres) muestra el espíritu inquieto de un hombre al borde de la locura, pero también expresa la admiración del artista por la belleza y el poder de la naturaleza, como se manifiesta en los cipreses flameantes y en las espigas dobladas por el viento.


Campo de trigo con cipreses (1889)

Análoga complejidad anímica se refleja en obras como Las lilas (1889, Museo del Hermitage, San Petersburgo). La espesa hierba y las flores del primer plano son especialmente hermosas, y los radiantes colores con los cuales está pintado el arbusto en flor suenan como un himno a la belleza y al poder de la naturaleza; pero el azul del segundo plano presenta una tonalidad tan intensa que hace pensar en el estado anímico del pintor. Cada forma pictórica y cada pincelada manifiestan el máximo de tensión: los tallos y los pétalos de las filas se retuercen como si estuvieran en el fuego.

Pero la naturaleza, que alegraba y sorprendía al maestro con su belleza, no lograba sosegar su atormentada alma. Dos semanas antes de su suicido pintó una de sus obras más sobrecogedoras, Trigal con cuervos (1890, Museo Van Gogh), que ha sido objeto de dispares interpretaciones. Un premonitorio cielo oscuro con una bandada de cuervos cubre uno de sus amados trigales, atravesado a medias por un camino cortado.



Trigal con cuervos (1890)


http://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/gogh.htm